Un poeta y, además, un señor

Pemán en su tiempo y el nuestro

Los veinticinco años de la muerte de don José María Pemán se conmemoraron en Cádiz con una exposición en la que fue su casa de la plaza de San Antonio, hoy casa museo, y en Sevilla con una antología de sus artículos literarios (Siluetas literarias) hecha y prologada por el poeta Juan Lamillar. No es la primera vez que Juan Lamillar se ocupa de una figura literaria de un período histórico todavía polémico, y lo hace, pese a su juventud, con una atención tan escrupulosa que parece haber conocido esa época de primera mano y no meramente a través de lecturas y consultas. Yo recomiendo siempre su biografía de Joaquín Romero Murube, a quien traté mucho, y no tengo ninguna objeción seria que hacer a esta semblanza de Pemán, a quien traté algo. 

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Aquilino Duque
 
Mi primer recuerdo de Pemán se remonta a los primeros meses de nuestra guerra, en el Teatro San Fernando de Sevilla, en cuyo escenario el poeta, alto, delgado, con un bigotillo negrísimo, declamaba algo y echaba una rosa a un pozo de cartón que quedaba flotando en el agua negra de su brocal pintado. Mi padre, que conservaba una carta agradeciéndole la felicitación por el éxito de El Divino Impaciente, había hecho con él el servicio militar en el cuartel de Artillería frente al gaditano Parque Genovés. A ese cuartel, hoy sede universitaria, le decían el Cuartel de la Bomba, y al pelotón al que pertenecían mi padre y Pemán, el pelotón de los tumbaos. También yo iba de uniforme militar, de infante de Marina, cuando más de treinta años después me lo presentaron los “plateros” (Quiñones, Pleguezuelo, Pro Hesles, Sordo Lamadrid) al cruzarnos con él en la calle Benjumeda. Le mencioné lo de mi padre, del que se acordaba por el nombre, Carpóforo, nombre que no es de los que fácilmente se olvidan. Ya figuraba en el retablo de mis primeras admiraciones literarias, al que empezaban a incorporarse los poetas del 27.
 
El poeta primero, luego el dramaturgo, a continuación el articulista y por fin el orador… y el actor. Pemán fue todo eso y además fue un señor, cuando esa palabra quería decir algo. Si a una época hay que juzgarla por los hombres que triunfan en ella, la época en que triunfó Pemán no pudo ser tan mísera como hoy se nos quiere hacer creer. Muchos españoles se lo jugaron todo a la carta de la guerra y Pemán figuró entre los agraciados por la fortuna. Los valores por los que apostó serían los que prevalecieran en la España que él y muchos como él hicieron posible. Le salía todo demasiado bien como para no ser blanco de envidias, pero él era demasiado superior como para no sobrellevarlas con una benévola ironía. Incluso lo que más puede dolerle a un escritor, que es la exclusión de ciertos cuadros de honor, en su caso la orla de la llamada Generación del 27, fue cosa que tomó a beneficio de inventario, como tuvo que tomar, por la fuerza de las cosas, la frustración de su “humano impaciente”: el augusto aspirante al Trono.
 
Entre las siluetas literarias que selecciona Juan Lamillar hay simpatía para gentes de muy distinta cuerda, desde Baroja y Azorín hasta Celaya y Foxá. Sabe sazonar el juicio literario y la reflexión moral con la agudeza de ingenio. Es raro el artículo de Pemán que no deje sonriente al lector. Como agudeza de ingenio y sentido del humor yo destacaría dos piezas maestras: la Autopresentación que hizo en la Tertulia de Rafael Montesinos en el Instituto de Cultura Hispánica, y Almuerzos académicos.
 
Ahora bien, hay siluetas que le son especialmente próximas, como la de Paul Claudel, cuya oda o elegía A los mártires españoles no dejó de dejar huella en el ambicioso Poema de la Bestia y el Ángel, escrito también en defensa y loor de una España que no quería dejar de ser. No voy a negar que ese Poema, ese gran Poema hizo a su autor caer en desgracia frente a la Intelligentsia, pero en aquel momento había para Pemán en su patria cosas en juego más serias y más dignas de su poesía que una dudosa gloria literaria. Aún lo creía así cuando, ya España a salvo, Falla componía La Atlántida sobre el gran poema en catalán de Verdaguer, del que Pemán decía: “Le palpitaba en el alma un inmenso afán de unidad española.”

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