Cuatro confidencias sobre el futuro de Zapatero

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Me lo han contado las lenguas de doble filo. No son personajes anónimos ni, menos aún, ficticios: son personas de carne y hueso, de renombre, con posiciones importantes en la vida pública: un senador, un diplomático, un empresario, un escritor. Ninguno quiere decir su nombre: las confidencias de café o barra de pub deben ser siempre discretas. Pero aquí la noticia no es quién dice qué, sino qué dicen estos señores, cómo ven ellos la posición de Zapatero y qué prevén para un futuro inmediato. Vale la pena escuchar estas voces, porque vienen de gente excepcionalmente informada. Acierten o no, lo que dicen es para reflexionar.
Confidencia 1: El disgregador
 
M. es senador desde hace largo tiempo; demasiado largo, tal vez. Es de esos políticos que, a fuerza de pasillo y escaño, han terminado por conocer mejor a sus rivales de la bancada adversa que a sus propios electores. Un profesional, en fin. Enciende una pipa y habla:
 
“Este hombre ha hecho siempre lo mismo: sembrar cizaña y, después, aprovechar la división para tomar el poder. A muchos socialistas no se nos ha olvidado cómo empezó: provocando una crisis en el PSOE de León –por supuesto, sin dar nunca la cara-, para presentarse después como el salvador. Ese mismo sistema lo ha aplicado a todos los lugares donde ha ido a caer. Acuérdate de cómo se hizo con la secretaría general del Partido: cizaña, crisis y, ¡zas!, allá aparece él para redimir a todo el mundo. Y también lo mismo ha estado haciendo en España, llevando al país a un punto de crispación y división insostenible para, acto seguido, presentarse como el hombre que va a arreglar las cosas, el de la mirada positiva. La gente tiene tanto miedo al conflicto que está dispuesta a marcharse con el primero que promete paz, sin reparar en que ese que tanto promete es precisamente el que ha empezado a tirar piedras. Ya estás viendo que la campaña consiste en eso: Blanco, Bermejo, Diego [López Garrido] y las demás bocas calientes elevan la temperatura contra las víctimas del terrorismo, contra la Iglesia, contra Pizarro, contra quien sea, y entonces aparece él, con su aire bonancible, para ofrecer radiantes horizontes donde ya no haya más tensiones. Lo que yo creo, y muchos como yo, es que eso se le acabará pronto. Como pierda estas elecciones, todos los enemigos que ha dejado por el camino se lanzarán sobre él sin piedad”.
 
Confidencia 2: El malabarista
 
V. es diplomático. Lleva muchos años de carrera y no hay continente donde no haya puesto el pie. Se entera por Internet de lo que pasa en España, pero, sobre todo, tiene muchísima información acerca de cómo nos ven fuera de aquí. En una cafetería ultrapija de Madrid, donde está de paso, disecciona un sandwich mixto y me dice:
 
“A este hombre se le ve como a un malabarista, ¿sabes?, ese tipo que hace girar varios platos al mismo tiempo sobre unas varillas. Lo asombroso es que no deja de poner varillas en la mesa: empieza con Irak, sigue con el Estatut, después lo de ETA, luego la memoria histórica, añade los matrimonios homosexuales, pasa a la Educación para la Ciudadanía, qué sé yo… Y venga a poner platos, y venga a darles vueltas, porque, como se pare alguno, el estropicio es de impresión. Mira lo que le ha pasado con ETA. Aquello que decía Maquiavelo de que el Príncipe siempre debía estar en condiciones de llamar la atención de su pueblo con algo sorprendente, Zapatero lo hace a mansalva e indiscriminadamente, como con vicio, porque, además, parece incapaz de frenar. Lo que pasa es que uno no puede estar provocando espectáculo todos los días, porque, al final, la gente se aburre y deja de sorprenderse. Aquí, en España, se le sigue haciendo mucho caso, pero yo creo que en Europa ya pasan de él por ese mismo motivo, y por eso le han hecho el vacío en la reunión de Londres: porque ya no se lo toman en serio. Además que la cosa tiene sus riesgos, ¿no? Nadie quiere estar al lado del malabarista cuando se le caigan al suelo todos los platos”. 
 
Confidencia 3: La sala de póker y el tahúr temerario
 
F. es empresario, soltero, rico, bon vivant, aceptablemente culto y medianamente putero. Hasta hace poco, le daba igual ganar dinero con unos que con otros. Ahora eso ha cambiado, porque si se cierra el país, se cierra para todos. Y dice F. que Zapatero es un producto tipo del país, o sea, de España, y que el problema ya no es ZP, sino el sistema, que ya no aguanta. Lo explica así:
 
“¿El país, o sea, esto? Una timba de tahúres a punto de ser desmantelada. Imagínate: una habitación pequeña, un reservado de restaurante, por ejemplo. Una mesa redonda. Seis sillas. Seis tipos sentados, habano en la boca. La habitación, llena de humo. Los tipos juegan, juegan sin parar. Se reparten cartas, se juegan bazas, se hacen apuestas. Los tipos sólo tienen ojos para las cartas y las fichas. Los ceniceros rebosan la ceniza de los habanos. La habitación se va llenando de humo, más y más humo. Tanto humo que los tipos a duras penas ven los números de la cartas, y has de acercártelas a la cara para saber si tienes un as o un siete. Así llevan treinta años, desde la Constitución. La partida podría durar eternamente. Pero he aquí que el último jugador ha empezado a subir las apuestas, cada vez más arriesgadas, cada vez más descabelladas. También ha empezado a fumar demasiado. El humo no se puede aguantar. Alguien, da igual quién, abre la puerta. Entra la corriente. El aire se lleva el humo, pero se lleva también las cartas, vuelan los naipes, los tahúres se arrojan unos contra otros para que nadie se lleve las fichas del prójimo… Pues bien: ese último jugador es Zapatero. No ha hecho nada que no fuera posible hacer desde el propio sistema del 78; pero ha hecho exactamente lo que nadie debía hacer. Será el que más fichas pierda”.
 
Confidencia 4: El cuentacuentos
 
P. es escritor. Hace años fue famoso; ahora se gana la vida dando clases. Todavía le llama alguien, de vez en cuando, para escuchar su opinión; la escuchan, pero no la tienen en cuenta (o, al menos, hacen como si tal, para no tener que pagarle). Melancólico bajo un chopo, piernas estiradas, ojos brillantes tras las gafas pasadas de moda, dibuja palabras en el aire:
 
“Este hombre, verás, es como un cuentacuentos, ¿no? Él se pone delante de la gente, de las cámaras de televisión, de los parlamentarios, de quien sea, y empieza a hablar, más exactamente, empieza a contar una historia. Me decía el otro día un viejo catedrático de Teoría de la Información que, viendo a ZP, le daba la impresión de que este hombre lleva veinte años ensayando gestos ante un espejo; yo le corregí: no sólo ensayando gestos, sino, además, contándose cuentos, y esos cuentos son los que ahora nos ha estado contando a nosotros durante cuatro años. Zapatero ve que tiene un tema delante y no piensa una solución, sino que construye un relato. Por eso todo lo que ha hecho en estos años no es propiamente político, sino más bien novelesco: la alianza de civilizaciones, el proceso de paz, las reformas de estatutos, la revolución laica pendiente, y tal y tal. Como él es el protagonista de sus propios relatos, Zapatero se reserva, naturalmente, el derecho a proclamar un final feliz. Ahora bien, la política no está hecha de la misma materia que la literatura. Quien las confunde, enloquece. Mira el caso de Azaña. No es tan distinto, después de todo. El último cuento de Zapatero será el relato de su propio fracaso. A eso iba apuntando ya la entrevista que le concedió a Pedro J., que era como el testamento de un mesías. Si gana las próximas elecciones, inventará un relato nuevo, ya verás: el del héroe resucitado. ¿No es lo que dice su eslogan de campaña? ‘Motivos para creer’. Más claro, agua”.
 
***
 
Lo dicen ellos, no yo. Pero seguramente los cuatro tienen razón.

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