Un libro decisivo de Philip Powell

Las mentiras de la Leyenda Negra antiespañola, al descubierto

Durante siglos, España ganó todas las batallas, salvo la de la propaganda. La Leyenda Negra nació hacia 1560, cuando España combatía contra los ingleses y los rebeldes holandeses. El historiador norteamericano Philip Powell (California, 1913-1987) describe en La Leyenda Negra. Un invento contra España (Ed. Áltera) cómo surge esa campaña en el mismo siglo XVI y cómo se extiende por el mundo y perdura hasta hoy. El español el único pueblo del mundo que ha asumido las mentiras, las exageraciones y los insultos que sus enemigos han dicho sobre él. El primer paso para liberarnos de este peso es conocer la verdad. Para ello este libro es un arma fundamental. Por gentileza de Áltera, reproducimos un revelador fragmento de su capítulo introductorio.

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PHILIP POWELL
 
Los conceptos hispanofóbicos que más han influido en la deformación del pensamiento occidental tuvieron su origen entre franceses, italianos, alemanes y judíos, y se propagaron de forma extraordinaria durante los siglos XVI y XVII, merced al vigoroso y múltiple empleo de la imprenta. A mayor abundamiento, las pasiones de la reforma protestante, mezcladas con los intereses antihispanos de Holanda e Inglaterra, contribuyeron a formar un ambiente propicio para el desarrollo del amplio y frondoso “árbol de odio” que floreció y se puso muy de moda en el mundo occidental durante la época de la Ilustración del siglo XVIII, cuando tantos dogmas de hoy tomaron forma clásica.
 
La escala de los héroes de la anti-España se extiende desde Francis Drake hasta Theodore Roosevelt; desde Guillermo El Taciturno hasta Harry Truman; desde Bartolomé de Las Casas hasta el mexicano Lázaro Cárdenas, o desde los puritanos de Oliverio Cromwell a los comunistas de la Brigada Abraham Lincoln –de lo romántico a lo prosaico, y desde lo casi sublime hasta lo absolutamente ridículo-. Hay mucha menos distancia de concepto que la que hay de tiempo entre el odio anglo-holandés a Felipe II y sus ecos en las aulas de las universidades de hoy; entre la anti-España de la Ilustración y la anti-España de tantos círculos intelectuales de nuestros días.
 
La deformación propagandística de España y de la América hispana, de sus gentes y de la mayoría de sus obras, hace ya mucho tiempo que se fundió con lo dogmático del anticatolicismo. Esta torcida mezcla perdura en la literatura popular y en los prejuicios tradicionales, y continúa apoyando nuestro complejo nórdico de superioridad para sembrar confusión en las perspectivas históricas de Latinoamérica y de los Estados Unidos. Sería suficiente esta razón para inducir al profesorado y otros intelectuales a promover y favorecer cuanto contribuya a eliminar los conceptos erróneos vigentes sobre España.
 
Por lo general, la propaganda efectiva está dirigida por intelectuales que se entregan apasionadamente a una causa, o bien lo hacen por determinada recompensa –hombres familiarizados con los medios adecuados para moldear el pensamiento de los demás-. Esto es lo que a menudo ha sucedido con las propagandas anti-españolas, tanto en los tiempos pasados como en la actualidad. Por desgracia, esta entrega de líderes intelectuales a misiones propagandísticas, tanto en el curso de los siglos XVI y XVII como en el XX, ha determinado con frecuencia un excesivo éxito en la santificación del error. Cierto es que la Leyenda Negra ha tenido detractores de gran talla intelectual desde sus comienzos, pero no es menos cierto que tales refutaciones nunca han gozado del grado de difusión alcanzado por las mentiras destinadas a mover o manufacturar prejuicios populares. La erudita oposición a las falsas interpretaciones populares de los hechos históricos españoles ha estado circunscrita a círculos limitados, y el número de los bien informados sigue siendo reducido por falta de un vigoroso esfuerzo contrario.
 
Sobre héroes nórdicos y villanos españoles
 
El mito nórdico débese no poco al hecho de que los mapas se cuelgan con el Norte en alto y el Sur abajo (SALVADOR MADARIAGA)
 
El estereotipo del español, según nuestros textos escolares, literatura popular, cine y televisión, es el de un individuo moreno, con barba negra puntiaguda, morrión y siniestra espada toledana. Se dice que es, por naturaleza, traicionero, lascivo, cruel, codicioso y absolutamente intolerante. A veces toma la forma de un encapuchado inquisidor, malencarado. Más recientemente, y con menos acritud, se ha presentado como una especie de astuto, escurridizo, semidiabólico y donjuanesco “gigoló”. Pero sea cualquiera la descripción que de él se haga, lo más frecuente es que se le presente contrastándolo con el “ego” nórdico.
 
El conflicto histórico y literario entre el héroe nórdico y el villano español, tan popular en el mundo de habla inglesa, que se remonta a la época de Francis Drake y de la Armada Española, ha moldeado en nosotros, al igual que en nuestros mayores, una firme fe en la superioridad nórdica. Aquel villano español de la obra continúa personificando las perversidades de la iglesia católica-estatal; la barbarie de la conquista del Nuevo Mundo, y un genérico concepto de inferioridad moral-físico-intelectual, en contraste con las virtudes de los nórdicos.
 
Desde los libros de texto a las novelas de capa y espada y viceversa, a los villanos españoles raramente se les concede una oportunidad frente a los héroes nórdicos. Tal vez sea mejor, pues al contrario de las creencias populares, el auténtico español, especialmente en su apogeo imperial, fue un soldado y diplomático de primera clase, con muchas victorias en su haber; podría significar una gran desilusión para nuestros escolares y público el conocer cuán a menudo desbarató los planes de nuestros antepasados anglosajones. Vayan como prueba unos pocos ejemplos: la derrota de Juan Aquines (John Hawkins) y Francis Drake en Veracruz (México) en 1568; la airosa defensa de Cartagena de Indias contra la flota de Lord Vernon en 1740; la derrota por los hispano-argentinos de dos intensos sucesivos de invasión inglesa en 1806 y 1807; el fracaso del proyecto de Cromwell contra las Indias Españolas, en contraposición con sus grandes objetivos, y un éxito general al mantener, e incluso aumentar, sus dominios americanos no sólo contra los ingleses, sino contra cuantos les amenazaron y atacaron.
 
Así es que para describir el estereotipo español, los dados de nuestra literatura están normalmente cargados. ¿Quién, pongo por caso, oyó alguna vez comentar la humanidad y buenos modos de los conquistadores españoles, con independencia de que tuvieran vicios y virtudes iguales o parecidos a los ingleses de su época, como Enrique VIII e Isabel I? (Walter Raleigh fue, en realidad, un tipo renacentista español vestido a la inglesa.) O, por casualidad, ¿pudo haber detrás de aquella siniestra espada toledana un auténtico héroe, honrado y generoso? (Un par de excepciones curiosas pueden hallarse en mi bibliografía). ¿Es posible que existiera un inquisidor español de cultura, justicia y humanidad? ¿O tal vez un bizarro capitán de marina española, generoso y caballero en su victoria, digamos, sobre un inglés?
 
Acompañando a este villano hay otros personajes literarios igualmente estereotipados tales como la figura del “buen fraile”, un misionero sentimentalmente eficaz en revelar los defectos de los otros españoles. Estos padres son una especie de eco continuado del defensor de los indios, fray Bartolomé de Las Casas, y posiblemente reflejan el hecho de que una gran parte de la historia de España en América fue escrita por clérigos que no tuvieron reparos al criticar a soldados, capitanes u otros oficiales seculares con quienes estaban en desacuerdo.
 
También encontramos al hacendado implacable, tiránico y duro de corazón, y al escurridizo, traidor y “grasoso” mexicano (el epíteto en inglés “greaser”), que simbolizan, en cierto sentido, la depravación española y que han ganado una considerable popularidad en los escenarios de Hollywood y particularmente en las películas de cowboys. Sirva de ejemplo la siguiente descripción: “(…) ella ordenó que viniese el mexicano, y al punto se presentó un ignominioso ejemplar de su raza, escurridizo y servil, de ojos amarillentos y con incrustaciones de nicotina en su mismísima alma” (Max Brand, Destry Rides Again, p.69).
 
Otro tipo clásico es el del bandolero, guerrillero duro y feroz y testimonio de que los españoles sólo son aptos para la lucha de guerrillas y que por ello la península ha sido singular semillero de bandidos. La obra de Ernest Hemingway Por quién doblan las campanas, y después la película, ayudaron a actualizar el eco del guerrillero español, aunque suavizándolo con simpatías políticas y con Ingrid Bergman.
 
El tradicional y ficticio villano español está sobrepasado en sus tintas por lo grotesco de la literatura de viaje que toca a España y a su pueblo. Esta clase de deformación comenzó a últimos del siglo XV y a principios del XVI, cuando los viajeros italianos y algunos otros comenzaron a crear el tipo español racialmente inferior, tenebroso, traicionero y excesivamente arrogante.
 
Los compatriotas de Maquiavelo manuscribieron las primeras narraciones de viajes en España, extensamente divulgadas, iniciando así el hábito de exagerar y deformar sus costumbres a base de conocimientos superficiales. Estas prácticas se manifestaron en expresiones como éstas: “Son miserables y (…) consumados ladrones (…) no tienen aptitudes para la literatura (…) En apariencia son religiosos, pero en realidad no lo son (…) Son tan descuidados en lo que respecta al cultivo de la tierra y tan lerdos para las artes mecánicas, que lo que en otros lugares se haría en un mes, ellos lo hacen en cuatro”.
 
Los famosos embajadores italianos que hicieron tales comentarios en la época en que los españoles entraban en su Edad de Oro imperial y cultural, iniciaron la costumbre de hacer observaciones desfavorables, que aún continúa en la actualidad.”

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