Albricias: los bancos centrales cumplen

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Al tiempo que se reúnen los grandes de la economía y de los cuales solo oímos mensajes de poco o ningún significado (“calma”, “confianza”, reformas estructurales”, y otros tópicos) cinco Bancos Centrales han usado legítima, acertada y repentinamente la poderosa arma de que disponen desde que apareció en el mundo la política monetaria.
 
El mercado está indefenso e inerme ante sus retrocesos y desaceleraciones porque en cada fase de dicho movimiento se crea la causa del retroceso siguiente. Es la nefasta espiral “menos empleo, menos producción, menos empleo…”. En estas circunstancias se necesita un sujeto que intervenga para romper ese movimiento acumulativo y descendente. Se pensaba en el Estado, que con gasto público podía invertir el proceso, y cebar la bomba, como decía Keynes. Pero no pudiéndose invertir nada más que fondos procedentes del ahorro y de la recaudación pública ocurría que estas fuentes de financiación disminuían paralelamente a la acción de dicha espiral.
 
En estas circunstancias, la crisis del 29 llegó a la economía real. Ahora no va a pasar porque los bancos centrales disponen con legitimidad perpetua el poder de crear de la nada lo que sirve para todo y no cuesta nada: el dinero. Ni el ahorro, ni el ingreso público. Simplemente, la imprenta que la televisión pone en sus pantallas un día sí y otro también. Hoy, de la noche a la mañana se crean masas de dinero tan grandes como sean necesarias para invertir el proceso. Pero aún no se ha asimilado plenamente esta filosofía y posibilidad salvadora por cuando hay voces que dicen que los bancos centrales están corriendo mucho riesgo con estas operaciones en principio alejadas de la más mínima prudencia crediticia.
 
Los bancos centrales no reciben el dinero de gente a quienes se lo tengan que devolver. Nace directamente de una máquina que no pide nada a cambio. Y como no hay acreedor ni tiempo para devolverlo, el plazo, como la cuantía es de libre y absoluto dominio de esas modernas instituciones. Por ello tomamos como error que se presten esas cantidades a una semana o como mucho a 28 días, con lo cual se menoscaba sensiblemente el efecto positivo que se espera. Con otra particularidad de origen jurídico: el dinero que los bancos crean por ese procedimiento ultrarrápido y baratísimo no les pertenece a los bancos centrales por cuanto no hay sujeto concreto que tenga derecho a declarar suyo lo que crea en semejantes condiciones de facilidad, coste y rapidez. Esos dineros tampoco pertenecen al prestatario y lo que procede ante este doble motivo es aparentar préstamos jurídicos en condiciones que formalmente se parezcan a las operaciones ordinarias.
 
Ni en cantidad ni en precio hay límite para estas posibilidades con las que nunca contó la humanidad hasta mediados del siglo pasado. En buena doctrina se califica a los bancos centrales de “prestamistas en última instancia”, esto es, el que puede prestar cuando nadie puede hacerlo.

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