Lo que hay que defender

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Lo más significativo de la legislatura pasada fue el surgimiento de una contestación social, en la calle, a las políticas abusivas de ZP: una buena porción de la sociedad salió a defender la dignidad de las víctimas del terrorismo, la unidad nacional, la libertad de enseñanza, la familia, etc. Lo que vaya a pasar ahora con ese movimiento es una incógnita, pero las grandes cuestiones de fondo han cambiado poco, y el debate parlamentario de estos días lo está confirmando: sigue siendo necesario que hierva la calle. Entre otras cosas, es nuestro derecho.

Hoy algunos se preguntan de qué ha servido toda esa movilización, visto que Zapatero ha vuelto a ganar; cierto que por un estrecho margen de votos (menos de 900.000), pero suficiente para mantenerle en el poder. Pues bien: esa movilización ha servido de mucho. Primero, desde un punto de vista táctico. A nadie le quepa duda de que Zapatero habría ido mucho más lejos si no se hubiera encontrado con una oposición tan viva en la sociedad. Porque, además, esa oposición civil no la ha movido el PP. Eso lo saben en el PSOE y, sobre todo, lo saben en el propio PP, que en todo este tiempo ha ido, en general, a remolque de los acontecimientos. Y por encima de ese valor táctico, la movilización civil ha servido también para marcar una serie de principios, de ideas-fuerza, de materias que no son negociables y que, en consecuencia, constituyen excelentes plataformas para definir un espacio afirmativo: ya no sólo por qué hay que protestar, sino, sobre todo, qué es lo que hay que defender.
 
Nación, libertad, comunidad, identidad
 
¿Cuáles son esos principios? Los veremos detalladamente en los próximos días. De momento, enunciémoslos. Primero: la nación española, la convicción de que España debe sobrevivir como nación histórica, lo cual es más importante que la forma político-administrativa que el Estado adopte. Segundo: la defensa de la libertad real de las personas, lo cual pasa por respetar la autonomía de la gente en materias concretas, carnales, como la educación, la cultura, la memoria histórica, etc. Tercero: la defensa de las instituciones naturales, ajenas a la presión del Estado, y en particular de la familia, que es un ámbito de libertad constructiva, una instancia intermedia, comunitaria, entre un Estado absorbente y un individuo náufrago. Cuarto, la identidad española, una identidad que no es sólo nacional, pero donde lo nacional también cuenta, y cuya primera línea de combate debe ser la preservación de los rasgos culturales propios de nuestro legado, de lo que nosotros somos.
 
Hay que subrayar dos cosas importantes. La primera es que todos estos principios, que conforman un espacio doctrinal de oposición al zapaterismo, no se identifican necesariamente con el PP. Bastantes de estos asuntos los hemos visto en los programas y en la declaraciones de la UPD de Rosa Diez o de Ciudadanos. Si el PP quiere encarnar este espacio de ideas, tendrá que demostrar que es capaz de hacerlo. La segunda cuestión importante, y aún más significativa, es esta otra: en un momento en el que por todas partes se habla de la banalización de la política y de la ausencia de grandes apuestas ideológicas en la vida pública, estos principios que aquí enunciamos como lo que hay que defender constituyen una apuesta de enorme calado: se trata de materias en las que literalmente nos jugamos la continuidad de la nación tal y como la hemos conocido en los planos político, cultural, social… Es un proyecto extraordinariamente sugestivo.
 
Nación, libertad, comunidad, identidad… Se trata de principios capaces de movilizar a todos, lo mismo a los intelectuales que al pueblo. Sería muy bueno que también movilizara a los políticos.

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