Bibiana Aído, me gustas cuando callas

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El articulismo castizo tendrá todavía razón de ser mientras cada mes siga habiendo una Bibiana Aído que abra la boca. Así se cargarán de veneno las plumas de la sátira aunque satirizar a propósito de Bibiana es redundancia pues ya valía con la simple descripción. Quizá en cada legislatura haya que tener un ministro o un personaje del que se pueda hablar sin parar, para hacerse eco animado de tanta y tan grande tontería. Hemos tenido a Maragall –por ejemplo- y ahora tenemos a Bibiana Aído. Pensándolo mejor, con Zapatero también vale la simple descripción: quién nos iba a decir que la leyenda del heroísmo hispano iba a tener que desempeñarse en sobrellevar con ademán de dignidad tantos ridículos. En eso estamos. 
 
Por mérito y edad, de Bibiana Aído no habría que hacer un perfil sino quizá medio perfil. Lo más seguro es que Aído nos provoca fuertemente a la indulgencia por ser joven y guapa: en este punto, la naturaleza acostumbra a ser parcial, y hay un punto naïf casi irresistible en ver cómo Bibiana se equivoca, y hay un casi legítimo contento en verla tan alegre, estrenando el traje de ministra que más tarde le servirá para las bodas.
 
Con todo, Aído no es representativa de la juventud española más preparada sino que tiene algo de sectarismo de partido, de bicho fuertemente ideologizado, de chica-Bambi que está ahí precisamente por ser chica. Tanta broma en torno al Ministerio de Igualdad oculta, por ejemplo, su vocación de ingeniería social a partir de esas teorías de género que están entre las peores supersticiones contemporáneas. Por eso es peligrosa la tentación de la indulgencia hacia Bibiana: por deméritos, no es que merezca un perfil sino que merece una tesis.
 
De Bibiana Aído se ha dicho algo un poco feo como es que tiene una belleza de clase menestral. Un pensamiento de más gravedad es que el Consejo de Ministros haya pasado de convocar a los padres de la patria a reunir a este alevín. Aído es tan hija de sus padres como hija del PSOE, con un Manolo Chaves que la acunó de niña. Su iter administrativo pasa por el dispendio de una agencia andaluza del flamenco que se creó precisamente para que gente como ella fingiera trabajar. Nada mejor para perpetuar el peor imaginario andalucista como algo entre el socialismo y el cachondeo, eludiendo que Cánovas –ese señor- era de Málaga. Ahora el Ministerio de Igualdad tiene ya su placa en la calle de los Ministerios, que es la calle de Alcalá.
 
En el mejor de los casos, el presupuesto se habrá ido con la sede y Aído no podrá poner teléfonos para maníacos ni proponer una revolución en la gramática. Neruda, quizá, pensaba en nuestra Bibi al escribir esos versos tan sacarosos del ‘me gustas cuando callas, porque estás como ausente’. El castizo diría que callada estás más guapa.

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