HABLA, ENTRE OTRAS COSAS, DE LA AMISTAD ENTRE LORCA Y JOSÉ ANTONIO

Un extraordinario libro sobre Pepín Bello

José Antonio Martín Otín es personaje atípico, que parece robado de la época en que la generación de plata de nuestras letras tomaba café y trataban de tú al futuro, antes de que éste se les cayera encima. Quizá por esto, regateando entre las letras como buen futbolista y mejor periodista, nos ha regalado este libro: un trabajo largo de años, al que cualquiera con menos perseverancia hubiera dado de lado. Y hubiera sido una pena, porque con él nos muestra facetas desconocidas de ese poliedro precioso que fue la generación del 2. "La desesperación del té (27 veces Pepín Bello)", se titula el libro editado por Pre-Textos al que intentaremos mano a mano con el autor hincar el diente.

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La idea de Pepín Bello como catalizador queda en parte rota por el estreno de su obra en mayo de este año. Es algo en principio me pareció propósito de tu libro, pero el nexo de Dalí con Lorca y Buñuel que presentas, muy distinto al cinematográfico que obvia a Pepín, parece al contrario reivindicarlo. ¿Cuál es tu última palabra? ¿Piensas que Pepín fue el transformador necesario de esa amistad eléctrica?

Sin Pepín, la convivencia de esos tres era imposible: hubieran pasado la vida insultándose; de hecho es lo que sucedió luego, cuando Pepín se distanció. Excepto Federico, al que le importaba mucho que le quisieran y por eso prefería llevarse bien, tendían a agredirse; la reunión de esos genios era imposible, salvo para otro genio de la concordia como Pepín. Eso no le costaba ningún esfuerzo, en él iba de natural; lo que sí le fatigaba era terminar lo empezado, de ahí que no desarrollara sus ideas y muchísimas veces las prestara para que otros le dieran forma. Aún así terminó alguna obra corta y no era justo que pasara por autor vacío, por eso promoví la representación de su Hamlet con Lola Baldrich. Ahora empezará a girar por España la representación.
 
Tu libro, como ya apuntaste en algún trabajo publicado antes, rompe los esquemas al presentar a un testigo de lo que para los hunos y los hotros era una amistad imposible: la de Lorca y José Antonio Primo de Rivera. ¿Crees que hoy estamos preparados para aceptar la verdad?
 
Seguro que preparados, sí. Estamos preparados para cualquier cosa que les apetezca a los medios de comunicación poderosos. Tragamos con todo, incluso con la verdad. Otra cosa es que quieran contarla –les molesta. En ocasiones me parece que les molesta hasta su propia ignorancia: carecen de la grandeza que tuvo Rosa Chacel cuando descubrió en su exilio los textos de José Antonio: “Cómo nos han podido ocultar esto tan magnífico”, escribió. La izquierda y la derecha se ponen de acuerdo para mentir sobre el personaje, pues mentir es aceptar la mentira que el franquismo y sus contrarios urdieron sobre José Antonio, y no sacudirla de la historia. De esa vileza se salvan sólo los que tienen cierta talla moral; una buena parte de los coetáneos de José Antonio, adversarios de la izquierda muchas veces, dejaron testimonio de su reconocimiento a la indudable grandeza que había en ese joven, tan diferente al común. Federico García Lorca tenía esa talla moral elevada a la primera magnitud; como decía Pepín (eso está filmado) no sólo es que fueran amigos, es que en aquella España el único capaz de comprender a Federico en toda su extensión era José Antonio. 
 
Disculpa que insista con Lorca. Apuntas que Ponce de León, el autor del cisne del sindicato de estudiantes falangistas, el SEU, era el autor de los decorados que Federico llevaba, lo que se une a la conocida defensa fallida de los falangistas Rosales, y genera un cóctel difícil de tragar para muchos santones de la literatura oficial. ¿No temes que tu libro sea expurgado de los anaqueles?
 
Resulta que he caído en una editorial, Pre-Textos, que no sólo es la que mejor y con más delicadeza edita, algo tan sabido que repetidamente me han llegado a felicitar por haber sido seleccionado por Manuel Borrás y su gente. Eso es la bomba, te felicitan sin haber leído el libro por la exquisitez de quien te edita. Pues no sólo es la mejor en lo obvio, también lo es en entereza intelectual. Conocido personaje de la literatura oficial, recientemente aniquilado de su cargo para tranquilidad de la cultura hispana, llamó a Manuel en cuanto supo que nacía el libro y además fuera del círculo de hierro en el que pretendía encerrar a Pepín para su vanidoso beneficio. La insidia era: “¿Sabes que vas a editar a un tipo que escribió un libro sobre Primo de Rivera, a un falangista?” “No sé lo que será ni lo que escribió”, replicó Manolo, “pero este de Pepín es cojonudo y lo voy a editar inmediatamente”. He de decir que a la altura de mi editorial estuvo la familia de Pepín, que me distinguió con un cariño impagable. Por otro lado, no voy a andar molestándome en explicar que no soy falangista, pero que recomiendo a todo el mundo que se acerque limpiamente a José Antonio: mejor le iría a España si rescatáramos su luminosa intuición de la síntesis, fuerza de un siglo para otro, espero.  
 
Es particularmente estremecedora la historia del fin de Manuel Bello, de su asesinato en Paracuellos. ¿Qué piensas que opinaría Pepín Bello de esta especie de moda necrofágica que recorre la piel de toro?
 
No lo pienso, lo sé. Pepín me lo comentó en varias ocasiones, alguna de las últimas en compañía de amigos que esa tarde nos acompañaban. Estaba horrorizado y hacía suya la postura de la familia de su entrañable Federico. Pepín murió sin saber en qué lugar están los restos de su hermano Manuel; era alguien que podía opinar con propiedad y se mostraba muy duro con esta oleada de muerte retroactiva.
 
Daría para horas este “tuya-mía” con el esférico de la mejor poesía de España. El libro llega a erizar el cabello, incluso a los que casi precisamos más de un trapito húmedo que de un peine. Sabes lo que va a pasar, sabes que el protagonista se te muere y que no hay escapatoria. Pero el sentimiento sorprende. Una y 27 veces.

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