Sobre el origen del término "España"

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Frente a los que insistentemente mantienen un concepto de España como un Estado plurinacional que no tuvo unidad ni con Roma, ni con el Reino visigodo de Toledo, ni con el Islam, ni siquiera con los primeros acercamientos entre monarquías hispánicas -los Trastámara tras el compromiso de Caspe- o con su posterior unificación -el matrimonio de los reyes Católicos-, constituyéndose la auténtica España, un “país impuesto”, a comienzos del siglo XVIII con la abolición de los Fueros y la imposición del castellano y consolidándose en el siglo XIX con la división provincial, se va abriendo paso otro concepto milenario, menos mitificador, y de destino unitario.

España fue definida por primera vez, aunque exclusivamente como concepto geográfico, hace unos dos mil quinientos años, si bien por referencia a los pueblos que la habitaban. Después, siglos de romanización conseguirían una primera caracterización de la Hispania relativamente homogénea aunque destacando las diversidades regionales y las divisiones tribales que no tuvieron cabida, no obstante, en las correspondientes circunscripciones de administración y gobierno.
 
Aquella homogeneidad que heredará la Hispania visigótica quedará rota por la invasión árabe-bereber y la tradición toledana será pronto asumida por Asturias y luego por León (el neogoticismo astur-leonés). Mientras en estos núcleos cristianos se iba consolidando la idea de “reconquista” como restauración de la España visigótica, los mozárabes -cristianos en territorio bajo el poder del Islam- lloraban su pérdida y continuaban denominando como Hispania a gran parte de la península ibérica integrada en Al-Andalus. Al otro lado, los futuros condados catalanes aparecen incluidos en el ámbito carolingio como comarca fronteriza. La diferencia, pues, la van a marcar los territorios mal romanizados y enemigos de los visigodos situados en el área vasco-pirenaica.
 
Estos fenómenos tribales provocarán el nacimiento de Navarra y Aragón, cuyo ímpetu expansionista no responde a la imagen reconquistadora y reunificadora de la España peninsular de herencia latino-gótica, sino a la posibilidad de crear grandes reinos a costa de los “moros de España”. Posteriormente, el fervor religioso y la idea de cruzada justificarán la discutida teoría de la restauración del poder legítimo en la España musulmana, pero la aparición de diversos centros disgregadores del poder, los llamados cinco Reinos (Portugal, Castilla-León, Navarra, Aragón-Cataluña y Granada islámica) reafirmarían la negación de la idea y de la imagen de España como Imperio -unidad frente a unicidad u homogeneidad-.
 
Conocido es el ensayo de Américo Castro Sobre el nombre y el quién de los españoles, en los que proclama -con cierta inestabilidad teórica y gran derroche ideológico- el carácter endógeno del nombre de España, teoría que además le hacía sostener el derecho de los españoles a reclamar como suyo el concepto de “España” -antes musulmán-, porque nuestros antepasados cristianos lo recabaron para sí y lo conectaron con el nombre “español” -antes provenzal-.
 
Sin embargo, va a ser en Aragón, precisamente durante la Edad Media que lo vió nacer, desde donde -como expresó J. A. Maravall en El concepto de España en la Edad Media- donde puede encontrarse una teoría exógena sobre el origen de “España y los españoles”, considerando el sentimiento de inclusión/exclusión que los aragoneses tenían respecto a una comunidad en principio concebida como ajena o extranjera. Así por ejemplo, Lalinde Abadía, hablando de “el mito de Sobrarbe” subraya cómo desde su origen va unido a la idea de territorio externo (“super-arbe, o al otro lado del árbol o del río Arbe”) por estar situado en España o, lo que es lo mismo, al otro lado de la “Montaña”, por referencia a las tierras herederas de los visigodos que se encontraban bajo el dominio de los musulmanes.
 
En cuanto al origen de las palabras “España” y “español”, aquella concepción debe ponerse en relación con la fuerte “impronta franca” del viejo Aragón. M. Alvar se refiere a España como un término acuñado y difundido desde el Midi franco, por cuanto el “hom de montaya” -hombres libres del Pirineo- se enfrentaba al de “hom de Espanya” -hombres cristianos de las llanuras o tierras bajas-. De esta forma, con el nombre “español”, de presunto origen languedociano, se aludía a los cristianos del valle del Ebro bajo poder musulmán, denominación que fue introducida en la península por los repobladores franceses, especialmente los gascones. Aun así, durante muchos siglos, los árabes, bereberes, turcos, griegos y bizantinos no se forjarán una imagen de España y los españoles desligada de los distintos orígenes regionales -aragoneses, navarros, castellanos, asturianos, leoneses- e, incluso, nos percibirán, en general, como “francos” desde una visión globalista o de conjunto.
 
Con todo ello, no intentamos negar que el origen mismo del nombre de “España” pueda ser extranjero y que el concepto que de ella existía en el noreste peninsular (en el reino de Aragón y los condados catalanes, principalmente) resultase ajeno, pues nadie puede negar una formación plural y diferencial en el proceso de constitución española. El problema no está en el debate o en la reivindicación histórica, sino en la imposición totalitaria de inexactitudes y falsedades tendenciosas.

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