El inasible concepto de raza (I)

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La “raza” es un concepto sencillamente sociocultural formado a partir de la evidencia de ciertos aspectos físicos externos –el fenotipo– como la pigmentación de la piel, el color del pelo y de los ojos, los rasgos faciales, o simplemente antropológicos, como la estructura craneal o la constitución anatómica, a los que se les suponen ciertas predisposiciones intelectuales y espirituales, caracteres todos ellos que, en principio, se perpetuarían por la herencia –el genotipo–.

Desde otra perspectiva, actualmente con un uso popular muy reducido, “raza” significa “casta o calidad del origen o linaje”. En cualquier caso, el concepto de “raza” es general y cualquier intento de encasillarlo en un significado más específico representaría una rígida clasificación.
 
La complejidad de la especie humana –que, sin embargo, sigue siendo una o única– produjo una rápida y asombrosa diferenciación geográfica, no exenta, desde luego, del prodigioso resultado de generaciones de mezcla y cruce de pueblos que intercambiaron sus caracteres recesivos o dominantes a través de procesos de “amalgamiento, selección y respuesta al medio ambiente”. En otras palabras, mestizaje interpoblacional, selección sexual reproductiva y adaptación fisiológica al medio natural y a los cambios climáticos.
 
El resultado es una variedad de grupos humanos, cada uno de ellos con una comunidad de rasgos físicos relativamente unificados y razonablemente homogéneos, que viven en una determinada situación de aislamiento geográfico respecto a otros grupos diferentes. Por último, habría que añadir la acepción académica de “raza” como “subespecie”, que hace referencia a “cada uno de los grupos en que se subdivide la especie humana, cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia”. Ya tenemos todos los componentes básicos del concepto “raza”: grupo de la especie humana, características físicas diferenciales, transmisión hereditaria y aislamiento geográfico.
 
Paulette Marquer define la raza como “un hecho biológico, una unidad zoológica, que no hay que confundir ni con la etnia ni el pueblo, que son unidades culturales y lingüísticas, ni con la nación, que es una unidad política”, insistiendo sobre este hecho “porque muy a menudo se incrimina de ‘racista’ al pobre antropólogo que tiene la audacia de querer mostrar las diferencias entre los hombres y que con ello puede hacer peligrar el ‘sacrosanto’ principio de igualdad”. El concepto de raza concebido por los antropólogos “sólo se apoya en consideraciones físicas, intencionalmente ajenas a todas las motivaciones afectivas, sociales o políticas que están en el origen del racismo”.
 
En definitiva, el significado del concepto “raza”, además de arbitrario, es puramente convencional, una especie de acuerdo social tácito para designar la diversidad, no especializada evolutivamente, de la humanidad. La cuestión, entonces, no es tan simple como reconocer la compleja y rica variedad biológica, genética y antropológica de la humanidad. El problema radica en que, inmediatamente después del reconocimiento de la existencia de las razas, aunque sea como un mero concepto reducido a los rasgos fisiológicos, siempre hay alguien dispuesto a proclamar la presunta superioridad de una raza –casualmente, la suya– sobre las demás, jerarquizándolas en una escala de “valores humanos” que, en última instancia, se traducen en privilegios y derechos políticos, civiles, sociales o económicos que pueden ser concedidos o denegados en función de la pertenencia racial de cada individuo. Y es entonces, como lógica reacción defensiva, cuando se produce la negación del propio concepto de raza (nihilismo racial), pensamiento dirigido a combatir efectivamente cualquier forma de racismo o diferencialismo biológico.
 
La antropología física es un intento de clasificación científica de los seres humanos en función de las diferencias somáticas mayoritarias o predominantes en el grupo o colectivo del que forman parte: pigmentación de la piel, color de ojos y cabello, así como otras características fisiológicas como la forma del cráneo, la frente, la nariz, los ojos o el mentón, la mayoría de ellas condicionadas por el tipo de clima, los hábitos alimenticios y la selección natural que conserva los rasgos mejor adaptados al medio ambiental circundante.
 
Sobre el origen de las razas existen varias teorías. Una de ellas –en la actualidad totalmente abandonada– explica la diversidad racial de la humanidad por referencia a un proceso de evolución independiente de varias especies de homínidos en distintas áreas geográficas (hipótesis “multirregional”). Frente a esta tesis, la mayoría de los investigadores sostienen la unidad de la especie humana, sin perjuicio de la constatación de variedades raciales (hipótesis “fuera de África”). Y sin embargo, en el estado actual de la investigación científica todavía no existe una sólida teoría sobre el proceso de formación de las diferenciaciones raciales. No sabemos si la diferenciación del homo sapiens en diversos grupos raciales se debe a cambios, derivas o mutaciones en la composición genética, al aislamiento geográfico de distintos grupos humanos, a la adaptación al medio climático y ambiental, al cruzamiento entre grupos ya diferenciados o a la propia selección; explicaciones insuficientes si consideramos que la adquisición y fijación de características diferenciales requieren un largo y dilatado período de tiempo que no encaja con la “relativa proximidad” de nuestros ancestros directos, aunque seguramente será el resultado de una combinación de todos estos factores la que podría proporcionar una hipótesis coherente y razonablemente aceptada por la comunidad científica sobre la diferenciación racial.
 
Desde estas diferencias, la clasificación tradicional de las razas -fundamentada en la idea del “creacionismo” que hacía derivar a la humanidad de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet– distinguió tempranamente tres grandes grupos raciales: “caucasoide” (blanca o europea), “mongoloide” (amarilla o asiática, de la que también deriva la conocida como roja o amerindia) y “negroide” (negra o africana, de la que, en ocasiones, se separa la “australoide”), representación incongruente con la realidad antropológica, si consideramos que el aspecto físico externo predominante es el que ofrece una variada gama de rasgos mixtos o híbridos. Sin embargo, la morfología cefálica y facial puede resultar muy útil en un estudio, como el presente, que trata de desenmascarar el mito de una raza nórdica predestinada al dominio de la humanidad. 
 
Así, en función del grado de pigmentación, la especie humana ha sido dividida en tres grandes troncos raciales: leucodermos (piel blanca), melanodermos (piel negra) y xantodermos (piel amarilla), lo que no impide, como es obvio, la existencia de innumerables tipos mixtos, así como de diversas graduaciones y tonalidades del color de la piel. Asimismo, existe una enorme variedad de colores presentes en el cabello y en los ojos, si bien suele existir una estrecha relación entre una pigmentación clara con ojos claros –caracteres recesivos– y entre una pigmentación oscura con ojos oscuros –caracteres dominantes–, coloración predominante en la mayoría de los grupos humanos a excepción, precisamente, de la “raza nórdica”.

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