Andrés Ferret: un desconocido… al que es obligado conocer

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Vivió como el capitán de un viejo carguero cuyo barco está destinado al desguace por la compañía marítima a la que pertenece. No sé si esta compañía fantasmagórica era la vida o era él, una manera de sentir e interpretarla. Su puente de mando fue la barra del bar Joe’s, en la plaza Gomila, donde a veces parecía un personaje de Álvaro Mutis. En cuanto al puerto de mar donde decidió pasar el resto de sus días, ese puerto fue Palma, su ciudad natal, una ciudad que amó y odió, una ciudad –hecha a la medida del hombre, como repetía a menudo- por la que paseaba al atardecer, meditativo, con el ceño fruncido de los miopes y los periódicos extranjeros bajo el brazo, como si en ellos se escondiera la correspondencia de una vida anterior que nadie más conocía.
José Carlos Llop
En la ciudad sumergida

Suelen decir los viejos marineros que al hacer un nudo, siempre debes recordar que, en un futuro cercano, tendrás que deshacerlo. No me cabe duda de que Andrés Ferret , posiblemente sin saberlo, amarró a la perfección los lazos de su temperamento y de su memoria, para que, alguien, con el paso del tiempo, a través de una simple coincidencia y una hermosa referencia a su persona sintiera la necesidad de volver a desarticularlos:
Andrés Ferret, nacido en Palma en 1940 y fallecido en-1996, fue el periodista de opinión más importante de Baleares durante de la segunda mitad del siglo XX. Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas desde los años sesenta, ejerció una doble faceta: editorialista en Diario de Mallorca y profesor de Derecho Político en la sección de la Universidad Autónoma de Barcelona en Baleares.
Difusor del pensamiento de Ortega y Gasset en Mallorca, Ferret, adiestró durante treinta años a varias generaciones de alumnos en pensamiento político. Quienes aún recuerdan al maestro, difícilmente pueden olvidar la entrega y el apasionamiento con los que impartía sus clases que, en palabras del propio Llop: “lograban el mismo efecto catártico que un concierto de rock”. Bañado en sudor saltaba de Montesquieu a Shakespeare y de éste a Ortega con la misma agilidad y vehemencia con las que extrapolaba, a su vida y escritos, su defensa del hombre opuesto al hombre-masa. Es imposible no percibir, al revisar sus artículos de contenido político, que su fe en la libertad y la democracia se fusionaban con su aborrecimiento a la cultura de rebaño, a la atrofia de pensamiento, al nihilismo, al totalitarismo político y al fanatismo religioso.
No tuve la suerte de conocer al Ferret articulista, profesor o conferenciante, ni al Ferret personaje: seductor, trasnochador, cinéfilo y locuaz en función de la capacidad de su interlocutor. Lo descubrí hace unas semanas a través de un capítulo del libro del que he extraído el epígrafe. Logré, no sin ayuda, hacerme con una pequeña recopilación de algunos de sus artículos, que en su totalidad superan los diez mil, concretamente los publicados entre los años 1979 a 1996; un glosario que, dividido en secciones de nacional, internacional, derechos y libertades, local y cultura, recoge, reaviva y analiza la historia de la Transición, la Constitución de 1978, la dimisión de Suarez , la España de las autonomías, el centrismo, la etapa Aznar, la era Tatcher, el Régimen de Fidel, la China de Mao Zedong, la reunificación de Alemania, el fracaso de la Perestroika, el fenómeno Le Pen,  el declive de Bush y la llegada de Clinton a la Casa Blanca.
Son incontables las referencias a Ortega en el apartado de cultura, así como a Machado, Borges, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la Serna, María Zambrano, Neruda, Orwell, Dante, Maquiavelo, Costa i LLobera, Villalonga, Cela, Robert Graves, Miró, Manquiewicz, Stanley Kubrick y la mismísima Marlene Dietrich.  A través de su vasta erudición, coherencia, capacidad de análisis y de una prosa elegantemente depurada , Andrés Ferret, consiguió asociar a la perfección su pensamiento y temperamento al entorno para el que escribía.
A diecisiete años de su fallecimiento he creído oportuno recordarlo, sin ánimo de caer en el tópico de espetar la consabida estupidez de que “siempre nos quedarán sus textos”, entre otras cosas, porque, hoy por hoy, no vislumbro esa posibilidad: aparte del extraordinario y conmovedor capitulo que le dedica Llop, apenas es posible hallar referencias a Ferret en la web. Será que esta tierra posee, a veces, la mala costumbre de dejar huérfanos a sus hijos más eminentes o será que a fin de cuentas: olvidar es vivir.
(Quiero agradecer a Llorenç Riera, articulista de Diario
de Mallorca
, siempre atento, su aportación.)

Y para muestra, un botón
La grandeza de Cyrano 

 Por Andrés Ferret


“No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu. Piensa, en todos los momentos de tu vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, como un eje diamantino, alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir. Y sean cuales fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, sean de los que llamamos adversos o de los que parecen envilecernos con su contacto, manténte de tal forma firme y erguido que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre.”
Estas bellas palabras que Ganivet tomó prestadas a Séneca para incluirlas en su Idearium Español, constituyen la esencia del estoicismo en una de sus dimensiones más conocidas. Conforman la expresión literaria y profunda del Sustine et abstine, principal mandamiento estoico. Como humanismo pagano no se puede pedir más, y sintetizan la definición de un orgullo que nacía de lo que el hombre llegaba a ser con su propio esfuerzo en la forja diaria de su carácter. Cuando Shakespeare -por boca de Marco Antonio- despide el cadáver de Bruto en Julio Cesar, resuena un eco parecido, porque llega a perdonarle al muerto su participación en el magnicidio, dado que su móvil fue el bien de la patria, al revés que en el ánimo de los restantes conjurados. Y añade; “Su vida fue honesta y las cualidades humanas se dieron en él de forma tan memorable, que la Naturaleza pudo decir con orgullo: este fue un hombre.
La revisión de Cyrano de Bergerac, la obra inspirada y perdurable de Rostand, me ha recordado estos códigos del humanismo pagano y de la filosofía estoica, porque la figura del caballero gascón evoca algo de ellos. Cyrano es noble, no se contamina con la ambiente impureza, se exige mucho a sí mismo, da sin esperar recibir, y mantiene enhiesto su orgullo a pesar de desengaños, calamidades y miserias. La gloria de su penacho es su última frase: lo único que no puede robarle la muerte, esa vil desnangada que al final le ganó la partida al inmortal poseedor de una nariz superlativa. El aura romántica de este genuino enamorado radica en algo tan trasparente que apenas se nota: El señor de Bergerac es feo hasta lo monstruoso , pobre de solemnidad, amante sin esperanza, y jamás se ve plenamente reconocido su desbordante talento literario. Tiene todas las cartas para ser un rencoroso, para cultivar un atroz resentimiento. Pero ésa sería la reacción de la gente vulgar. La genialidad de Cyrano consiste en trocar el posible rencor por la generosidad sin límites. Ésta es su grandeza.

Diario de Mallorca, 23.3.1991 

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