Desde La Rambla de Barcelona

¿Quién autoriza la venta de souvenirs tan freakis?

En todos esos comercios regidos por gente venida de muy lejos de Europa, mayormente asiáticos, se venden los mismos cachivaches y, entre ellos, unos muñecos de piedra o de plástico, por supuesto Made in China; o sombreros mexicanos de charro… ¡sombreros mexicanos!

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Para este primer artículo y próximos, he elegido este indicativo título de “Desde la Rambla de Barcelona” para que al escribir regularmente pueda dotar a El Manifiesto de un enlace directo y puntual con Barcelona, ergo con Cataluña, principalmente para ayudar a que se conozca lo que acontece por estos lares y para aflorar todas esas cosas raras, menores o mayores, que suceden no por casualidad sino como fruto de una causalidad entroncada con el integrismo fanático de unos iluminados que han decidido por su cuenta y riesgo enfrentarnos entre catalanes… y, lo peor, a catalanes contra el resto de españoles; siempre a merced de la estulticia, la negligencia o la mala fe de cualquier político o funcionario patoso o irresponsable.
Como en otras zonas de España que acogen y viven mucho o en parte del turismo, el comercio de souvenirs y servicios folklóricos al visitante —ya se trate de gastronomía reventona (¡cuánto daño hace una mala paella o una pésima sangría!) o de manifestaciones tribales musicales o pseudoartísticas—, en Barcelona ciudad coexisten con profusión tiendas, chiringuitos y badulaques varios en los que, entre mucha morralla, se venden estatuillas y demás objetos que el turista adquiere con cariño para regalar a terceros o para sí mismo. El problema surge cuando esas cosas son feas, están mal fabricadas o ¡no tienen nada que ver con la realidad de la cultura e historia de la población, ciudad, región, comunidad autónoma… o incluso nación o continente al que se pertenece!
Eso es así si nos fijamos en lo que sucede en dichas tiendas y bazares que abundan a diestra y siniestra de la famosa arteria barcelonesa La Rambla (antes, Las Ramblas, puesto que se sucedían varios  tramos con distintas identidades basadas en sus edificios o sus negocios: de Canaletas, de los estudios, de las flores, de los pájaros, etc.).
En todos esos comercios regidos por gente venida de muy lejos de Europa, mayormente asiáticos, se venden los mismos cachivaches y, entre ellos, unos muñecos de piedra o de plástico, por supuesto Made in China; o sombreros mexicanos de charro… ¡sombreros mexicanos!
Pero lo más surrealista y llamativo, a la vez que insultante, sobre todo para un ciudadano natural ius sanguinis barcelonés, español en suma, es sufrir que las “fuerzas vivas del mamoneo sectario" hayan convertido desde hace un par de años a Barcelona en la primera ciudad antitaurina del mundo, cuando tuvo “tres plazas, tres” de toros funcionando a todo trapo al mismo tiempo –Monumental, Las Arenas y El Torín– hasta bien entrado el Siglo XX, además de una afición comparable, por entendida, a la que pudiera haber en Sevilla o Madrid, en México DF o en Bogotá.
Ítem más. Esta prohibición legal que se sustanció en 2011 a partir de la presión asfixiante perpetrada por el magma secesionista con su agitprop experimental de antiespañolismo combativo contra cualquier sentimiento patriótico, paradójica o conscientemente no ha abolido la Fiesta nacional por un pretendido amor a los animales, no. 
Se da la circunstancia de que el parlamento catalán (a excepción de PP y Ciudadanos), para no irritar a los habitantes de la  zona sur de Tarragona (¡votos, votos!) no desautorizó lo de “los bous embolats”: toros tensados/destensados con cuerdas y con las astas untadas de brea en llamas, a los que vuelven locos y putean los jóvenes de los pueblos, que aunque no matan a las bestias durante el desmadre etílico de las turbas, las maltratan de manera borde y cruel, sin un atisbo de épica, hasta que los morlacos acaban exhaustos en el mar; son rescatados y… vuelta a empezar. 
Mientras, en incongruente contrapartida, en esta impuesta free bullfight zone” barcelonesa se ha extendido la moda de exponer para su venta en todos los escaparates las mismas figuritas de:
A) Toreros haciendo una verónica con el capote.
B) Toros de lidia.
C) Bailaoras y/o bailaores de flamenco.
Y D) Morralla inclasificable, que ahora no viene al cuento pero que canta una barbaridad, como las réplicas a tamaño natural del rifle ametrallador Kalashnikov AK47, o las de la pistola ametralladora israelí UZI; amén de katanas japonesas y navajas-facas de tamaño king size  fabricadas, algunas, en Albacete.
 
Pero aparte de la incoherencia que significa que se vendan figuras de toros y toreros en una ciudad que ha demonizado y expulsado, prohibiendo por ley, de su territorio y en el de toda la comunidad autónoma el Arte de Cuchares, y que dispone de un solo tablao flamenco estable, la sorpresa o mejor dicho la confusión no termina aquí.
Me explico. El elemento distorsionador y freaki radica en que dichas figuritas del torero o del baile o del toro bravo van pintarrajeadas con los diminutos mosaicos de los baldosines o azulejos multicolor fragmentados –rotos–, típicos de la obra del genial Antoni Gaudí; sí, los conocidos como trencadís y que cualquier observador avezado conoce e identifica con multitud de bellas superficies gaudinianas al aire libre, como por ejemplo el Park Güell, con su dragón o con los asientos que bordean el ondulante contorno de la plaza principal, ambos profusos de dicho material; al igual que lo son los ya más humildes bancos de piedra que soportan las farolas del Paseo de Gracia barcelonés, también forrados de trencadís blanco.
O sea, que a los toreros y danzarines y danzarinas los han disfrazado con un atuendo que no usan ni exhiben nunca en sus actuaciones; como igual de estrambótico es que hayan perpetrado lo propio con los astados que no salen ‘de fábrica’ (que sepamos) con semejante guisa ‘pixelada’ que los hace mutar hasta convertirse en macedonias de frutas tutti colori.
Quizás próximamente Almodóvar tome nota y arree este look a algún personaje de sus películas (cobro royalties por dar ideas).
Que quieren que les diga. Aún con el peculiar orgullo de ser de una tierra con una cierta querencia por el humor escatológico, y que tiene como imagen representativa cachonda al caganer (el cagón), a la sazón, una figurita que se sitúa detrás de los portales de Belén de los pesebres navideños, personaje que en cuclillas defeca y muestra explícitamente un zurullo espiral en el suelo, y que actualmente se fabrica (el muñeco, que no la boñiga) con los rostros de políticos, deportistas o gente famosa; la verdad es que con figurillas castizas pintadas gaudinianamente me siento bastante extraterrestre en mi propio espacio de confort, Barcelona.
Porque… ¿Quiénes y por qué provocan que se transformen tan surrealistamente las figuras icónicas que en el imaginario colectivo tienen su propia personalidad y suficiente belleza plástica con sus trajes de luces o sus vestidos de faralaes? ¿A qué viene que un matador de toros vista con un calidoscópico y lisérgico atuendo de faena? ¿Semejante sinsentido forma parte de la dejadez de las autoridades locales, sea ayuntamiento o Generalitat? O, precisamente, ¿se está perpetrando un atentado adrede contra la Cultura y la Historia, para disolver cualquier atisbo de filoespañolismo que pueda permanecer en el subconsciente popular y erosione la grandeza y visibilidad universal que tanto el flamenco como ‘los toros’ merecen en todo el planeta Tierra –sin prejuicio y con todo el respeto por los auténticos defensores de la vida animal, que van por otros derroteros?
Para terminar, aludiendo por coherencia a nuestros valores identitarios, otrosí: ¿Alguien puede explicar qué narices pinta un turista finlandés o japonés con un sombrero mexicano de 100cm de diámetro, comprado en un bazar de paquis, convencido de que es algo typical spanish? Si al menos fuera una barretina catalana (why not?) o un cachirulo aragonés o un sombrero cordobés.
Qué pedorras y desleales son las autoridades locales que (concediendo licencias de apertura) admiten la proliferación invasiva y sin ton ni son de esos chiringuitos, en los que nada responde a la idiosincrasia catalano-española-europea o que ridiculizan y sacan grotescamente de su contexto formal elementos corpóreos taurinos o artísticos.
Para entendernos: Se está potenciando despistar al turista visitante que vuelve a su tierra sin haberse enterado de nada que pueda considerarse genuino del lugar visitado, mediante la nefasta adquisición de algo estrambótico fabricado en China y vendido por gente que proviene del quinto co… La cuestión es enrarecer el ambiente; confundir al personal… tocar las narices.
¡Cómo nos manipulan! ¡Qué mal vamos!

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