Defensa de la Hispanidad

A propósito del 12 de octubre

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ALBERTO BUELA/BUENOS AIRES
 
Este día fue establecido por ley del presidente argentino Hipólito Yrigoyen el 4 de octubre de 1917. Este decreto instituyó el 12 de octubre como "Día de la Raza" y declaró ese día como "Fiesta Nacional". Logró además la adhesión de casi todas las naciones americanas. Así, por iniciativa del filósofo mejicano por antonomasia, don José Vasconcelos, México lo establece a partir de 1928. Incluso los Estados Unidos lo festejan como el “Columbus day”.
 
El Día de la Raza fue instituido para unir a aquellos pueblos o países que tienen en común la lengua, el origen y la religión. Se puede considerar entonces esta fecha como ocasión para detenerse a pensar y ver que las naciones americanas deben su particular carácter a la mixtura de lo hispano-criollo, y es sabido por cualquier antropólogo cultural que lo hispano involucra en su concepto pluralidad cultural, étnica y racial. He aquí la riqueza de lo hispánico. Por otra parte, es un gravísimo error conceptual limitar lo hispánico a España. Ya lo enseñó esto hace muchos años el más grande pensador nacional brasileño, Gilberto Freyre: “Nosotros somos doblemente hispanos, por americanos y por portugueses”.
 
Simétricamente, desde el lado español y portugués deben reconocer que ellos mismos han sido modificados sustancialmente con el descubrimiento, conquista y colonización de América.
 
La formación de una conciencia
 
Nuestra conciencia hispanoamericana, y ésta es una de nuestras principales tesis, surge de la simbiosis de dos cosmovisiones: la bajo medieval o arribeña, que nos llega por vía de España y Portugal, y la indiana o precolombina.
 
Nuestra conciencia se constituye –hablando filosóficamente- no como un compuesto sustancial, sino como un mixto perfecto, pues nuestra identidad surge por fusión y no por mezcla de diversos elementos completos en sí mismos –lo bajo medieval y lo indoamericano como cosmovisiones-. Las mismas forman un todo natural: la conciencia hispanoamericana, que es análogamente diferente a los elementos de que está compuesta, tanto a lo indo como a lo europeo.
 
Pero ¿qué rasgo propio de aquellos aborígenes de mil lenguas y centenares de etnias perduran en nosotros? ¿Y qué rasgos propios habitan en nuestra conciencia de aquellos españoles de cien orígenes que poblaron Iberia y forjaron América?
 
Destacamos dos: la categoría de tiempo que nos viene de nuestra matriz telúrica. Este tiempo tan americano expresado en el término “siesta”, que la prepotencia de la lengua inglesa tuvo que adoptar como propio. Este tiempo entendido como un madurar con las cosas, dándole a cada una su tiempo. Este tiempo definido en el Martín Fierro como tardanza de lo que está por venir. Este es el tiempo existencial que habita en nosotros los criollos americanos y que desde siempre ha sido caracterizado por la conciencia ilustrada y progresista como “indolencia nativa o gaucha”.
 
Y por otro lado tenemos el sentido jerárquico y teleológico de la vida y de valores objetivos que proviene de la cosmovisión católica o bajo medieval, “que es la que rescata al indio americano de la oscuridad de sus ídolos”, en la expresión de Jaime Eyzaguirre. Claro está, que lo católico en Hispanoamérica no es simplemente un rasgo confesional, sino más bien un rasgo antropocultural más allá de su confesionalidad o no. Esta imbricación cultual heterodoxa entre la Pachamama y la virgen morena de Guadalupe con su carácter de encinta son prueba de ello.
 
La fiesta del 12 de octubre viene a con-memorar, a memorar en conjunto, todas estas cosas entre los hombres y mujeres que formamos parte de esta ecúmene tan particular como lo es la iberoamericana, junto con España y Portugal. Sobre nosotros se puede decir lo que se quiera, y de hecho, así se hace, pero hay algo que no se puede hacer sino faltando absolutamente a la verdad: el definir nuestra identidad como aquella de todos por igual.
 
Hoy nuestros gobiernos de turno, y nuestros intelectuales orgánicos a los mismos, no piensan en estos términos, que se fundan en categorías necesarias y permanentes, sino en la apariencia fenoménica de la sociedad de consumo (que además de cosas consume ideas). Pero ello sabemos que no es filosofía y que tarde o temprano pasará irremisiblemente como un pensamiento anecdótico.

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