Fundación para la Defensa de la Nación Española

Propuesta de reforma de la Constitución

Ha sido en el Casino de Madrid. Sus promotores, lo más granado de eso que se ha llamado movimiento cívico: la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES), Convivencia Cívica Catalana, Foro Ermua, Fundación Concordia y Fundación Papeles de Ermua. La propuesta se llama “Por la Concordia Nacional y la Reforma Constitucional”. Es exactamente lo que hacía falta. Por cortesía del presidente de DENAES, Santiago Abascal, reproducimos a continuación su discurso en el acto público de presentación de esta propuesta.

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Santiago Abascal
 
Nuestra propuesta no va contra nadie, va a favor de España, de todos y cada uno de los españoles y de su derecho a decidir; no es una propuesta excluyente, sino que pretende integrar a todos aquellos que quieran ser integrados.
 
Quien quiera sumarse a este proceso de refundación democrática y regeneración nacional, bienvenido sea, pero no a costa de España, no a cambio de la disolución de España como nación.
 
Somos plenamente conscientes de la novedad amplitud y audacia de la Propuesta de Reforma Constitucional que hoy proponemos, que busca objetivos tan ambiciosos como imperiosos, tales como:
 
- La consolidación del Estado constitucional español mediante la recuperación de competencias para el Estado
- La corrección de la sobrerrepresentación nacionalista para devolver el derecho de decisión al pueblo español en su totalidad.
- La elevación a rango constitucional de la ley de partidos
- La salvaguarda del derecho a usar el español como lengua en la enseñanza y en la administración en todo el territorio nacional
- Y la eliminación de la absurda distinción entre nacionalidades y regiones, entre otros.
 
De aquellos polvos, estos lodos
 
La salvación del verdadero espíritu de la Constitución de 1978, exige intervenciones urgentes, quirúrgicas y precisas en nuestro texto constitucional. Yo solo me centraré en una, en la relativa al artículo básico de la Constitución, aquel en que se fundamenta la misma.
 
Hay que acabar con el gigantesco equívoco del art. 2 que supuso que el Estado nacional asumiera la existencia de nacionalidades y regiones y que ha terminado convertido en un Estado plurinacional que no reconoce a la nación española. La redacción de dicho artículo se ha convertido en “un semillero de problemas” como advertía literalmente el senador constituyente Julián Marías, entre otros muchos. Treinta años después hay que proclamar y reconocer que Julián Marías tenía razón cuando decía solemnemente: “Anuncio desde este momento que se crearán graves problemas si se acepta el término nacionalidades, con ventaja para nadie”. Por eso es necesario sustituir el falso historicismo de los nacionalistas por la auténtica historia nacional española que esta propuesta quiere incorporar en un nuevo preámbulo que haga referencia al complejo proceso histórico de la formación de la Nación española.
 
 
Antes de entrar en materia, permítanme expresar una convicción que nace de la mera observación: las posiciones, los principios, los valores y el espíritu de lo que hoy proponemos están en la gente, en la sociedad española, están en la Nación. Y están, digámoslo sin miedo, en el 90% de las bases de los grandes partidos españoles.
 
De las musas al teatro
 
Dicho esto, conocemos las dificultades, las resistencias y zancadillas que afronta una propuesta de esta naturaleza, pero recuerden aquella frase célebre que invita a no resignarse: “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”. Ése ánimo nos mueve y ese ánimo queremos contagiarles.
 
No hemos propuesto una modificación de medio centenar de artículos de la Constitución porque nos creamos muy listos, o porque seamos unos insensatos. Lo hemos hecho porque es posible, porque se puede y porque no puede haber tabúes –menos aun impuestos por los nacionalistas- en la sociedad española después de 30 años de andadura constitucional. El debate está servido.
 
Ni hemos venido solo a eso, ni a un ejercicio meramente intelectual, estéril, sin visos de materializarse.
 
Por eso esta propuesta está unida de manera inseparable a una agenda política. He ahí su crédito, su novedad y su autenticidad. Existe, y es posible recorrerlo, un camino práctico, que se puede culminar para asegurar el éxito de una reforma constitucional en este sentido tras las próximas elecciones generales.
 
Una Agenda política para la reforma constitucional
 
Estamos convencidos. Tenemos fe. Creemos firmemente en la necesidad de una reforma de la Constitución para preservar, treinta años después de su aprobación, su verdadero espíritu de unidad, igualdad, libertad y solidaridad.
 
Y sabemos que su viabilidad práctica requiere el cumplimiento de los siguientes supuestos inaplazables: la derrota del actual Presidente del Gobierno, la asunción de que es imposible cualquier pacto con los nacionalistas y la necesidad de un gran acuerdo nacional para restaurar el Estado
 
1.La derrota de Zapatero y de la actual dirección socialista
 
La expulsión de Zapatero del Palacio de la Moncloa y de Ferraz es la condición sine qua non para que podamos empezar a andar. La derrota electoral el próximo mes de marzo del actual presidente del Gobierno y Secretario General del Partido Socialista es imprescindible para el éxito de esta propuesta.
 
Pero ¡ojo!, el problema no es el PSOE, menos aún la media España que le vota (nosotros tenemos un elevado concepto del rival político y del sistema democrático), sino sus actuales dirigentes comandados por Zapatero, que han pasado la línea de la rivalidad política para instalarse en la deslealtad al sistema democrático español.
 
Sin ellos, sin Zapatero y sin la actual dirección socialista la cuestión nacionalista sería una bufonada. Sin ellos, y sin su incomprensible falta de confianza en la misma Nación española que gobiernan, el lobo feroz nacionalista sería un dulce y pintoresca caperucita.
 
De ahí la urgencia por desalojar al Presidente del Gobierno y Secretario General socialista con su consiguiente sustitución por una persona dotada de sentido de Estado, altura moral y de la capacidad intelectual apropiada para dirigir un gran partido nacional. Hay que neutralizar democráticamente a Zapatero porque hay que rescatar al PSOE para España.
 
2. El antinacional, antidemocrático e imposible pacto con los nacionalistas     
 
Pero de nada valdría la derrota de Zapatero sin obtener de los dos grandes partidos nacionales la constatación de que es imposible llegar a nuevos acuerdos de legislatura o de gobierno con las formaciones nacionalistas.
 
Porque están comprobadas hasta la saciedad su negativa a colaborar en la derrota del terrorismo, su obsesiva voluntad secesionista y su gradual y perpetua deslealtad a las instituciones y al proyecto común de España.
 
No es que sean insaciables. Es que son desleales. Quieren acabar con la igualdad de los españoles. Pretenden reducir las libertades de los españoles. Se han conjurado –hace décadas- para destruir la Nación española. ¿Qué pactamos? ¿Hay en todo ello algo canjeable con los nacionalistas? No y mil veces no.
 
Los nacionalistas tienen que oír un mensaje nítido, claro. La campanilla de que se acabó el recreo, como dice Alejo Vidal-Quadras. La voz de se acabó lo que se daba. Hasta aquí han llegado ustedes; señores Mas, Ibarretxe y Rovira.
 
Máxime cuando hay dos refrendos secesionistas –con los eufemismos que se quieran- que ya tienen fecha en Cataluña y País Vasco, uno para el 11 de septiembre de 2014 y otro para el 25 de octubre de 2008. ¿Cabe mayor muestra de deslealtad institucional y nacional? ¿Podemos pactar acaso las fechas de la secesión?
 
Ningún gran partido nacional puede volver a ser tomado como rehén por los nacionalistas. No se debe pactar con ellos: es inmoral, es antidemocrático, pero es que además no se puede pactar. Es materialmente imposible. No hay objeto material sobre el que pactar. Sólo nos queda España, su soberanía nacional y su integridad territorial
 
Quiero detenerme un poco en alguna constatación sobre los nacionalistas. Ni el año 78 con el acuerdo constitucional, ni el 86 con los pactos PSOE-PNV en el País Vasco, ni el 93 con los apoyos a la investidura de Felipe Gónzalez, ni el 96   con los acuerdos del PP con los nacionalistas, ni mucho menos el 2004 con los pactos PSOE–ERC, han servido para moderar el secesionismo o integrarlo en la gobernabilidad de España. A la vista está la situación actual.
 
Y el que piense lo contrario; se ha caído de un guindo, ha perdido el sentido de la realidad o no quiere arreglar el problema de España.
 
Reconózcase: Ningún pacto con los nacionalistas ha conseguido frenar el secesionismo. Al contrario, estos días ya nos desayunamos con las fechas concretas de los refrendos secesionistas en Cataluña y País Vasco y la traición de Estella forma parte de nuestro ayer más inmediato.
 
Por eso no podemos, contra la realidad, afectados por el imperante panfilismo, correr el riesgo de dejarnos seducir por los cantos de sirena de una supuesta moderación que consiste en pactar con los extremistas e investirse con sus votos.
 
No podemos continuar escuchando a los moscones que pululan por los salones del reino –también de Madrid- y que nos susurran al oído aquello de la moderación y el centrismo de entenderse con los nacionalistas extremistas. Porque aquí lo único moderado y si se quiere centrista (lo único nacional) es que el PP y el PSOE se entiendan.
 
A pesar de lo cual podemos observar cómo algunos comienzan a dudar y se plantean la oportunidad de llegar a una entente imposible con los fanatizados y radicales nacionalistas que aspiran a objetivos tan moderados como la secesión y el poder absoluto en sus feudos.
 
Y para eso, nos hacen una propuesta suicida. Para salvar la España constitucional, pactar con los separatistas. Para moderarse y centrarse, apoyarse en minorías radicales en lugar de tender la mano a la mayoría de los españoles. Esa es una receta letal.
 
Aquí, lo unico moderado es el gran acuerdo nacional, la concordia sincera y auténtica entre españoles.
 
El chantaje nacionalista ya lo conocemos, y no lo aceptamos ni un minuto más. Porque ese plato ya lo hemos catado, y no nos gusta. Nos repugna. Porque esa receta no es nueva, y no nos cura, sino que agrava nuestro mal. Porque en esa piedra ya hemos tropezado, y –por España- no vamos a volverlo a hacer.
 
Aquí, en este bendito país, solo queda un santo remedio. Ensayar lo que nunca se ha ensayado. Unir a los españoles de veras, a la mayoría, a los que quieren serlo, a los que no quieren cargarse las instituciones, liquidar el Estado y disolver la Nación.
 
Sólo cabe la unidad de los dos grandes partidos sobre la base de la derrota total de Zapatero y la recomposición del PSOE. Y a partir de ahí, un gobierno de unidad nacional, o un gran pacto nacional en lo esencial, para encaminarse a una reforma constitucional que restaure el Estado y nos permita olvidarnos de los nacionalistas.
 
Sólo así España será algún día una nación de ciudadanos libre e iguales (de verdad). Cuando el PP y PSOE, ellos solos, sean capaces de acordar lo indiscutible para discutir después sobre todo lo demás. Porque eso es exactamente el patriotismo. Y solo hay un solución verdadera para aplicarlo a la vida política española: que la casi media España que representa el PP pacte con la casi media España que se identifica con el PSOE, y haga perder la esperanza para siempre a esa minúscula, raquítica y residual España egoísta y semi-feudal que representan los nacionalistas que nunca hicieron la transición. Decir lo contrario es aplazar la solución y agravar el problema, quizás hasta que no tenga remedio.
 
Es hora de que dejemos de ojearles por el retrovisor. Miremos al frente. Mirar al frente significa olvidar rencillas para abonar la concordia nacional y materializarla en una reforma constitucional.
 
Para ello hay varias fórmulas, entre ellas el pacto de legislatura o Gobierno de gran coalición de los dos grandes partidos nacionales para llevar adelante una reforma constitucional salvadora, como la aquí propuesta o una con el mismo espíritu. Pero es imprescindible –es cuestión de vida o muerte- el pacto entre la derecha y la izquierda nacionales, que no será posible sin la derrota de Zapatero en las urnas. Y es imperioso conjurar lo que hoy no sería más que la repetición torpe y alicorta de las soluciones adoptadas en 1993, 1996 y 2004, que nos abocaría sin remedio, teniendo en cuenta la disgregación presente, a la liquidación del vigente marco constitucional y a la desaparición de España como entidad política e histórica reconocible.
 
Concluyo. El debate hoy no ha de estar en lo oportuno de nuestra propuesta, en si nos hemos quedado cortos o pasado de la raya. En si llegamos pronto o tarde. El debate no son las conveniencias personales o los cálculos de partido. El debate está en si nos resigamos a que España sea un suerte de Imperio al que aun le quedan partes por desgajar o una nación histórica democrática, unitaria, de ciudadanos libres e iguales.
 
El debate es España si o España no. España ahora o España después, como si pudiera esperar. Nosotros lo decimos claro: España si y España ahora. Porque por España -como diría el poeta Gabriel Celaya-hay que “tomar partido hasta mancharse”.
 
Santiago Abascal
Presidente de la Fundación para la defensa de la Nación Española

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