Las compañías plutocráticas se lo llevan crudo sin casi cotizar fiscalmente mientras miles de pequeños negocios cierran, asfixiados de impuestos y confinamientos.
Uno de los aspectos visibles de ese siniestro culto a la miseria, no ya mental siquiera, sino física, es la moda zarrapastrosa en la que se cultiva y exhibe lo destrozado.