¡Líbranos, Señor, del furor de los conversos!

La época dorada del furor converso en España fueron los siglos XV y XVI, cuando muchos judíos pasados al cristianismo se destacaron por su hostilidad a sus antiguos hermanos de fe.

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Los jabalíes fueron un grupo de diputados de extrema izquierda que se destacaron en las Cortes constituyentes de la Segunda República por su radicalismo, su anticlericalismo, su federalismo, sus gritos y sus malos modales. El remoquete les vino de un discurso de Ortega en el que advirtió a sus señorías de que las Cortes no eran lugar adecuado para hacer "ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí".

El jabalí de trayectoria política más singular fue el madrileño Joaquín Pérez Madrigal, que se hizo famoso por sus interrupciones parlamentarias y sus numerosos pleitos por injurias y calumnias, e incluso enfrentamientos físicos, con diputados de la derecha. Pero, de masón y anticlerical furibundo en 1931, pasó en la siguiente legislatura a diputado de Lerroux y a presentarse en las elecciones de febrero de 1936 en las derechistas filas de Gil Robles. Mas no se detuvo ahí, ya que en julio se las apañó para escapar de Madrid y presentarse en Pamplona para ponerse a las órdenes de Mola. Como él mismo declaró, se sumó al alzamiento "con auténtico fervor de converso". Durante la guerra se distinguió por su labor propagandística en Radio Nacional, sobre todo con sus programas Aquí la flota republicana y El miliciano Remigio pa la guerra es un prodigio, en los que ridiculizó cruelmente al bando republicano. Con la paz se dedicó al periodismo, primero en las filas falangistas y después en las del carlismo más integrista. Para expiar sus culpas de juventud publicó unas largas Memorias de un converso en nueve tomos. En 1955 experimentó una iluminación religiosa durante unos cursillos de cristiandad y en años posteriores se distinguió por su feroz oposición a las reformas del Vaticano II.

Pero, aparte de curiosidades como la del exjabalí recién mencionado,

La gran época del furor converso fueron los siglos XV y XVI, cuando muchos judíos convertidos se destacaron por su hostilidad a sus antiguos correligionarios

la época dorada del furor converso en España fueron los siglos XV y XVI, cuando muchos judíos pasados al cristianismo se destacaron por su hostilidad a sus antiguos hermanos de fe. Un caso ejemplar fue el del converso Pablo de Santa María, que publicó en 1432 su obra Scrutinium Scripturarium contra perfidia iudaeorum para atacar a los judíos con ferocidad. Como les acusó de la muerte de Jesucristo, estimó necesarias las leyes antijudías y aconsejó la implantación de distintivos en la indumentaria con el fin de que los cristianos evitasen todo trato con ellos. Incluso afirmó que la gran matanza judía de 1391 había sido una bendición de Dios y señaló la necesidad de que tal práctica continuase.

Uno de los pocos puntos de acuerdo entre los dos grandes historiadores del medievo español, Claudio Sánchez-Albornoz y Américo Castro, fue la consideración de la Inquisición como instrumento de venganza de los conversos o descendientes de ellos contra sus antiguos correligionarios, empezando por Torquemada. El judeófilo Castro defendió que fueron principalmente conversos quienes impulsaron el establecimiento de la Inquisición en su afán por demostrar su ortodoxia y quienes sumaron la mayoría de los delatores, que se lanzaron "como tácitas hienas sobre sus hermanos de raza".

Por su parte, el expresidente del gobierno de la República en el exilio escribió al respecto:

Me parece seguro que, como el prurito de la limpieza de sangre, la Inquisición no puede excluirse del legado hebraico recibido por España. Y que nadie se asombre de tal afirmación porque tenga aires de paradoja atribuir a los perseguidos la forja del martillo con que fueron golpeados; en la historia se han dado muchos casos parecidos.

No tenemos que irnos lejos para, efectivamente, encontrar casos no sólo parecidos, sino modélicos. Porque hoy contemplamos cómo millones de emigrantes de toda España instalados en Cataluña y el País Vasco se han convertido en los más furibundos separatistas, desde el nivel de votantes hasta el de dirigentes. Y en su afán por camuflarse en la nueva tribu, hacerse perdonar sus orígenes y aspirar a alguna de las ventajas de pertenecer a la casta de los señoritos locales, son los más entusiastas adoradores de las lenguas regionales y denigradores de la suya materna, los más absurdos adoptadores de neonombres y cambiadores de apellidos.

Pero la última manifestación de este canallesco fenómeno nos la brinda ese partido que hasta no hace mucho era el pelele del mundo progre en calles, parlamentos, prensa y televisión. ¿Tan pronto han olvidado los del PP el "cordón sanitario" con el que los despreciaron, insultaron, acosaron y enviaron a los oscuros abismos antidemocráticos con motivo del 11-M?

Porque ahora, para hacerse perdonar las culpas que la izquierda les achaca, para sumarse al consenso progre que tantas ventajas y bendiciones comporta, para atribuir a otros esa eterna sombra de Franco que todo lo mancha, para sumarse a los aguerridos fundamentalistas democráticos contra el fascismo imaginado, para pasarle a otros la condición de pelele, la furia de los conversos del PP ha superado con creces la de sus maestros izquierdistas. Y han demostrado que eso del desalojo del sanchismo –para no decir socialismo, porque el socialismo es bueeeeeeno y no se le puede criticar– no era más que una hipócrita tapadera que dejaron de lado para centrarse en el enemigo que de verdad les revuelve las tripas, el demonio, el Mal con mayúscula: Vox.

Ya destacó en tan gallarda actitud Pablo Casado con aquella bochornosa intervención parlamentaria que dejó boquiabierto a un incrédulo Abascal. Pero Nuñez Feijóo y su coro de Aznares, Rajoyes, Semperes, Garrigas y Sorayas le han dejado pequeño.

¡Qué lástima que los parlamentarios electos de Vox y PP no hayan sumado mayoría! ¡Grandioso espectáculo habría sido el de Núñez Feijóo rechazando horripilado los votos de Vox y mendigando un pacto con la izquierda, como ha anunciado mil veces durante la campaña electoral! Las carcajadas de este luciferino juntaletras se habrían oído hasta en el último círculo del infierno, ese lugar en el que aspira a alojarse junto a los demonios voxeros y toda la gente divertida que ha pasado por la vida.

El cielo, para los virtuosos infames.

© Libertad Digital

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