Deconstrucción del mestizaje

El racismo fue la superstición de finales del XIX y principios del XX, el discurso del mestizaje es la superstición de finales del XX y principios del XXI.

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Decía una vez Vargas Llosa en
ABC: "Cuanto más se incremente el mestizaje, mejor irán las cosas para la sociedad". Pregunta inevitable: ¿Por qué? ¿Qué tiene el mestizaje que hace "mejores" a las sociedades? ¿Y qué es "mestizaje"? El racismo fue la superstición de finales del XIX y principios del XX, el discurso del mestizaje es la superstición de finales del XX y principios del XXI. Es un discurso incoherente, meramente retórico e intelectualmente inane.
De entrada, el discurso del mestizaje se presenta como una denigración radical del discurso de la raza: lo bueno no sería la pureza, sino la mezcla racial. Ahora bien, eso implica aceptar de antemano varias cosas. Primero, que las razas existen como factor de definición social y cultural. ¿O es que puede hablarse de mezcla si no hay cosas que mezclar? De manera que el "mesticismo" no es un antirracismo, sino un racismo al revés. No es un discurso válido para combatir el racismo, porque nace de su mismo punto de partida.
Además, la apología del mestizaje implica una segunda convicción: que la mezcla debe circular en todas direcciones. Porque no tendría sentido defender el mestizaje en el exclusivo caso, por ejemplo, de que el sujeto agente sea africano y el sujeto paciente sea europeo; para poder ser elevado a categoría, el mestizaje debe ser igualmente ensalzado cuando el sujeto agente es blanco y el sujeto paciente es africano o americano. Ahora bien, entonces lo que carece de sentido es emplear la retórica del mestizaje como parte de un discurso de defensa de las viejas colonias, de los pueblos del tercer mundo o de los "damnés de la terre". ¿O acaso el colonialismo no ha generado fenómenos de mestizaje? Por consiguiente, el discurso del mestizaje perfectamente puede emplearse para legitimar el colonialismo –en la América hispana lo saben bien.
Por último, el discurso del mestizaje implica una atribución de valor, un juicio de calidad: sostiene que el resultado de la mezcla es cualitativamente superior al resultado de la no mezcla; una sociedad producto de mestizajes sucesivos será superior a una sociedad sin mezcla alguna. Bien: superior, ¿en qué? ¿En progreso espiritual, en desarrollo tecnológico, en poder material, en calidad de vida? Pero hay sociedades mestizas que han escalado altas cumbres de civilización, como la Grecia helenística, y otras condenadas al perpetuo conflicto, como Bolivia. Inversamente, en los ejemplos de sociedades étnicamente uniformes que hoy quedan, las hay prósperas y las hay míseras, las hay dulces y las hay amargas. En la calificación objetiva del nivel de una sociedad, el grado de mestizaje es un factor irrelevante, superfluo, inválido para el análisis.
Por eso el discurso del mestizaje es una superstición ("creencia contraria a la razón"). Primero, porque se mantiene —aun à rebours— en el viejo patrón antropológico del XIX, que otorgaba a la raza biológica un papel fundamental. Además, porque la alabanza de la mezcla sirve para justificar cualquier colonialismo, incluido el neo-colonialismo económico y cultural que hoy se despliega como "globalización". Y por último, porque es inútil para evaluar el grado de bondad, belleza y justicia que una sociedad pueda alcanzar.
Naturalmente, no faltará quien juzgue esta debelación del mestizaje como simple racismo. Cada época tiene el delirio que se merece.

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