En una semana, Amancio Ortega ganó 448 € por segundo

Asco, todo. Pero envidia, ninguna

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Contaba el periódico El Mundo en un artículo de este domingo que Amancio Ortega, la quinta persona más rica del mundo, según la revista americana Forbes, ganó en el curso de la semana pasada la bonita suma de 271,4 millones de euros, en forma de incremento patrimonial originado por el aumento de la cotización bursátil de Inditex, la empresa de la que posee el 59 % del capital y en cuyo haber figuran, entre otros, los famosos almacenes de ropa Zara.

¿Queréis, amigos, seguir mareados con cifras de vértigo? Continuemos, pues, visto que seguís leyendo. Muy halagüeña, la verdad, resultó la semana pasada para las grandes fortunas del planeta. El hombre más rico del mundo, el mexicano Carlos Slim (conocido amigo y socio del socialista obrero español Felipe González), vio su patrimonio subir en 1.124 millones de euros. Eso deja su fortuna en… nada, la bagatela de 53.000 millones de euros. El indio Mukesh Ambani, por su parte, aumentó el valor de su patrimonio en otros 288,5 milloncejos más, mientras que otro multimillonario, el conocido Bill Gates obtuvo un incremento patrimonial de 498 millones de nada.
 
Es cierto, es cierto, señores conservador-burgueses o liberal-capitalistas que acaso lean estas líneas. Al igual que suben, las acciones pueden bajar la semana siguiente, aunque a fin de cuentas, si algún día las acciones se venden son ganancias considerables lo que, aparte de los dividendos anualmente obtenidos, se obtienen, salvo excepción, en todos los casos. Así, también la semana pasada (fausta semana por lo que se ve; de haberlo sabido, hubieses jugado un par de euros a la Bolsa) le sucedió al hombre más rico de Brasil, Eike Batista, quien vendió (no se especifica si total o parcialmente) la participación de su empresa de energía y materias primas EBX a un fondo del Emirato de Abu Dhabi. Gracias a tal venta, se embolsó 5.400 milloncejos de euros contantes y sonantes, al lado de los cuales los incrementos patrimoniales de los anteriores benefactores de la humanidad se quedan, la verdad, en fruslerías tan insignificantes como desechables.
 
Aparte del mareo ante cifras que a uno no le dicen nada (la verdad es que, a partir de una cierta magnitud, yo me pierdo y soy incapaz de medir, palpar, sentir la diferencia —intuyo, eso sí, que debe de ser mucha— entre tener 5.000 o 100.000 millones de euros o lo que sea); aparte, pues, de esta danza loca de cifras, ¿qué sensación, amigos, os produce todo eso?
 
¿Envidia ante semejantes abismos de riqueza? ¡Por favor!… ¿Querríais acaso ser, vivir, sentir como esa gentuza debe de vivir y sentir? Ah, de acuerdo, es la otra cara de la envidia lo que  experimentáis. ¿Es ira, pues, lo que sentís ante la injusticia que representan semejantes cúmulos de riqueza? ¡Por favor!… ¡Qué importa, en sí mismo, que tengan tantos cientos o miles de millones más que los que no tenemos ninguno! ¡Que con su pan se lo coman! ¡Que sigan nadando en su burbuja, chapoteando en sus estercoleros y ahogándose en sus abismos de codicia, desenfreno estulticia y fealdad!
 
Nada importaría (y no les dedicaría ni una sola línea) si así pudiera ser. El problema es que no son ellos solos los que se comen tal pan y se despeñan por tales abismos. Somos todos. Es el aire mismo del tiempo lo que contaminan los prohombres (¿?) de la plutocracia. Es el aire que respiramos todos lo que pudre el espíritu del capitalismo (¿tiene espíritu tal cosa?) que en tales fortunas se ejemplifica.
 
Desprecio, asco: he ahí, por consiguiente, lo que uno (yo, en todo caso) siente ante ello. Pero envidia, francamente, ni la menor sombra.
 
Y ahí, en ello, estriba sin duda toda la diferencia con lo que mueve a la izquierda anticapitalista. No hablo, por supuesto, de la izquierda plutócrata y capitalista de los progres actuales. Hablo de la única izquierda de verdad, aquella para la cual el mundo, la historia y el ser se cifra en la lucha y la envidia de clases.

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