Los crímenes del comandante Barranco

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En marzo de 1938 mi padre, Pascual García Hernández, contaba sólo 17 años de edad. Lo que no impidió que fuera encuadrado en la 112 Brigada al mando del comandante Juan García Buseda. Pertenecía a la llamada “quinta del biberón” y se disponía a defender la “República de trabajadores”.

De Chinchilla, Albacete, partió directamente a los cuarteles de El Pardo. Allí será encuadrado nuevamente, concretamente en el 446 Batallón mandado por el comandante —y periodista— Valentín Gutiérrez de Miguel, concretamente en la 4ª compañía, dirigida por el capitán José Gimémez Giménez (o Jiménez Jiménez).

Atrincherado en el Cerro del Águila fue relevado en octubre de 1938 para pasar a la Cuesta de la Reina, donde estuvo durante tres meses: noventa días de fuertes combates contra los legionarios y la Guardia Civil del llamado “bando nacional”. De allí pasó a Las Rozas, donde el “fregao” era aún más cruento.
 
En febrero de 1939 el soldado García Hernández fue enviado al Cuartel del León, en Madrid, y a principios de marzo se ve reprimiendo la revuelta comunista que las tropas del coronel Segismundo Casado consideran, simple y llanamente, atizada por “bandas de desalmados”.

La situación es caótica, del cuartel del León va a parar a Loeches. Madrid está a punto de caer. Durante quince días está bajo el mando del capitán extremeño Esteban Barrios Borrero. Se inicia la desbandada y, junto a un compañero de armas de su pueblo (Hoya-Gonzalo, Albacete), parte hacia su pueblo. Para él había acabado la guerra y empezaba la dura paz… Pero esto es otra historia.

¿Por qué cuento todo esto? Para fijar al personaje y contar lo que él me contó en su día.

Veamos.

Poco dado al relato de “batallitas” —y, sin embargo, puedo asegurar que dan para una novela de profundo calado— mi padre, poco antes de morir, me confesó que era práctica habitual en el Ejército republicano la eliminación física de homosexuales e incluso afeminados. Repito: homosexuales e incluso afeminados. Para tales prácticas existían una serie de consignas verbales ad hoc, una de las cuales, por ejemplo, consistía en que el “sospechoso” —que ya estaba sentenciado de antemano— debía “presentarse de inmediato ante el comandante Barrranco”, mando que, obviamente, no existía, sino el descerraje de dos tiros en la cabeza.

Cuando el coronel Casado se enfrenta a los comunistas no hubo necesidad de echar mano del “comandante Barranco”, sino que mi padre me refirió que en aquel “fregao” no se hacían prisioneros por ninguna de las partes, sino que directamente se recurría al fusilamiento sumario.

Concretamente me refirió que determinado día, rodeado un edificio donde habían sido hostigados por francotiradores comunistas, éstos fueron detenidos y defenestrados automáticamente. Abajo, a los cuerpos —cadáveres o no—, se les descerrajó la correspondiente “ración”. (¡Ojo! No estoy hablando de prácticas entre “fascistas” y “demócratas”, sino entre “demócratas” y “demócratas” que vestían el mismo uniforme y decían defender la misma bandera…).

¿Recuperar la memoria? Sí, yo creo sinceramente que es hora de recuperar toda la memoria.

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